
el dios escondido entre cristales
y el lejano perfume de ceniza
alimentando el cenicero
de mi estomago
que entre sorbos de saliva me recuerda
que me apesta el alma a azufre
y un poco a gerbera recién cortada,
así que me escaneo el corazón a resolución baja
para que nadie note las huellas
de aquel ser
que nunca volverá a llamar a mi almohada
pero que renombro en mi cabeza
para siempre agradecida
en un viaje a mi conciencia
que para en el metro
tras cortinas blancas o azules...
no lo recuerdo.
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