antes de la oración,
hay que buscar un altar
en el que poner a arder
los cuerpos
de estos pájaros incautos.
Ellos no saben más de sus alas
que el desastroso arte de planear
en el juego de las sombras.
Callar,
no vaya a ser
que se nos vaya de las manos,
y tengamos que hacer memoria
por las cenizas inexistentes,
y se haga tarde
para la vuelta al hogar.
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